domingo, 7 de junio de 2009

De cuando en cuando, y cuando ya estoy muy colapsada, me pongo a hablar sola, no, no es que esté loca (creo), simplemente me pongo a conversar.
Algunas veces lo hago con un hombre grande con el que me gusta enojarme seguido; otras con una señora viejita que no conocí, pero que tengo la certeza fue la mejor abuela y otras tantas con un payasito moreno de pelo ondulado.
A ella siempre le pido que se preocupe de su seguridad, para que sea feliz, y que de pasadita me aconseje a mí también como serlo, aunque cada día se torne más difícil y complicada esta rara historia que tengo por vida. Cuando la pienso la creo en noches iluminadas, como aquellas de años atrás con Ismael serrano de fondo, con lágrimas de añoranza, con rabia de no entender porque ella se fue, con la desesperanza de él …pero aunque viejita siempre puede y se mete a dejar todo en orden…
A él le cuento sobre mis penas, pero no me gusta pedirle nada, hace poco que encontró esta pega y aun no sabe muy bien como funcionan las cosas, así que en su afán de ayudar puede cagarlas más, como esa vez que le pedí que pasara lo mejor y me costo más de una lagrima (era lo mejor para mi, no lo mejor para ti diego).
Y luego está el don, el enojón, pase tanto tiempo queriendo pensar que no estaba, que terminé por darme cuenta que no se puede gastar tanta rabia y rencor en algo que “no existe” y así como certeza obtuve que para bien o para mal él está.



Díganme desequilibrada, pero ellos escuchan, comprenden y arreglan.

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